Los tratamientos médicos antiedad son cada vez más avanzados. Cada día aplicamos técnicas más exitosas de rejuvenecimiento, pero el tiempo va solo en una dirección, y un rostro sin edad no es un rostro natural. En los tratamientos faciales hay que huir del intervencionismo excesivo, que puede desembocar en caras de velocidad, labios imposibles y ojos estáticos.
El objetivo, más bien, es incidir armónicamente en aquellos rasgos adquiridos que resultan desagradables y confieren expresiones de tristeza y preocupación. Y, gracias a la investigación y a las nuevas técnicas en medicina estética, es posible hacerlo mejorando la hidratación, la textura, la luminosidad y el volumen de la piel en las zonas donde el tiempo, ahora sí, ha causado más perjuicios.
Todo eso, muchas veces, no tiene nada que ver con las arrugas. Las arrugas no tienen porqué ser desagradables. Lo pueden ser los atributos que nos transmiten sensaciones negativas: cansancio, enfermedad (pérdida de volumen), tristeza (párpados caídos), enfado (labios convexos). Y todos estos rasgos se corrigen en gran medida con resultados naturales y sin buscar una imposible –y muchas veces grotesca- “eterna juventud”.
La belleza no es siempre joven: evoluciona, y puede desvanecerse si no se actúa con sentido común y respetando la armonía de las facciones.