Desde los inicios del arte y la filosofía, el ser humano ha intentado explicar qué hace bellas a las cosas y establecer dónde están la líneas entre un elemento armónico y otro que no lo es. Las conclusiones pueden aplicarse en muchos ámbitos: en la arquitectura, en el arte… y en la medicina estética.
La proporción áurea (o de oro) la estableció Marcus Vitruvio Pollio, ingeniero romano del siglo I aC, autor del único tratado de arquitectura de la época que ha llegado a nuestros días. Vitruvio establece que la simetría se basa en el acuerdo entre las medidas de los diversos elementos de una obra, y en su conjunto. Ideó una fórmula para la división del espacio dentro del dibujo (sección áurea) y asimiló todo esto también a las medidas del cuerpo humano. Sin saberlo, Vitruvio utilizaba el número áureo como factor multiplicador.
No fue el primero en hacerlo: de hecho, ya lo habían descrito en la Grecia clásica y utilizado en Babilonia y Asiria. Siglos más tarde, Leonardo Da Vinci dibujó el Hombre de Vitruvio, conocido también como Canon de las proporciones humanas, una de las imágenes más emblemáticas del genio del Renacimiento.
Era un encargo de Fray Lucca Pacioli para ilustrar una obra, De la Divina Proporción, otra aproximación a las medidas de la belleza, donde se hacía un énfasis especial en el número áureo y lo consideraba “divino”.
Después lo utilizan, entre otros, Durero, máximo exponente del renacimiento alemán, el astrónomo Kepler y el matemático Martin Ohm. Y en 1900 otro matemático, Mark Barr, le da el nombre de phi (Φ), en honor al escultor griego Fidias, a cuyas esculturas le atribuyen el máximo valor estético.
La proporción áurea relaciona armónicamente un tercio con el conjunto de los dos tercios restantes, y está comprobado que el cerebro humano encuentra bella esta proporción. La encontramos tanto en elementos elaborados (en el arte y en la arquitectura, de manera voluntaria o accidental) como en elementos naturales: en la disposición de los pétalos de las flores, en las espirales de las conchas de cualquier caracol, o de cefalópodos como el nautilus.
También en las hojas de la alcachofa y en las espirales de una piña. Y hasta en la distancia entre el ombligo y la planta de los pies de una persona, respecto a su altura total.
Aplicación en el rostro, aquí y ahora
A la hora de analizar la armonía de un rostro, hay diferentes parámetros que se tienen en cuenta, pero se aplican los cánones de la belleza clásica.
El equilibrio se establece a partir de tres secciones horizontales, que deben ser lo más armónicas posible, marcadas por la anchura de la frente, la altura de la nariz y, en el tercio inferior, el espacio marcado por los labios y el mentón.
También se divide en cinco secciones verticales, marcadas por la anchura de los ojos y la base de la nariz.
Cualquier intervención en el rostro ha de buscar el equilibrio entre estas zonas, teniendo en cuenta también la edad, la raza, el sexo y la personalidad del paciente.
El médico no ha de perder de vista todo esto, y buscar siempre el resultado más óptimo con la menor intervención. Un buen producto, profesionalidad, buenas manos y sentido estético asegurarán el resultado más natural.